Manejo del estrés en la trinchera

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Pies hinchados, como si de gigante se trataran. Aburrido, el soldado clavaba su bayoneta en ellos, como esperando que un surtidor de fluidos cobrara vida y trajera algo de luz a sus apagados ojos. A lo lejos, los gritos de dolor de un soldado al que le cercenan las piernas se dejaban oír, pero ¿qué era ese llanto? ¿Llanto de alegría por ser aliviado del acuciante dolor? ¿Temor de perder la humanidad conforme a la reducción del cuerpo en muñones? Embriagado en sus reflexiones, el soldado no se percató de la malvada mirada de la rata. Cebada en cadáveres, la gorda rata azotaba su larga cola mientras carcajeaba mostrando los ennegrecidos dientecillos de su cara desnuda. No se movió. Dejó que la rata se acercara, subiera cautelosamente a los monstruosos miembros y se sintiera confortable... Entonces, con un violento aventón de las piernas lanzó la rata al aire. Un gruñido le indicó que la rata había aterrizado exitosamente sobre su vecino más cercano, el francotirador que por error le había volado la cabeza al escocés hacía dos horas. Sabía que esta vez la rata no estaría de tan buen humor. Pero él sí que lo estaba ahora.