Coronada por manchitas espías de lumen, la Diosa levantó sus caderas traicionando la corroída melodía, satisfecha en el rasgarse de la carne. Ella no lo hubiese sabido, oh no, nunca más, el embriagado impulso de derramar océanos con un tic de la nariz. Su poder, aunque sujeto al delirio de Moira, podía combar el pliegue más recóndito de conjetura muscular. Entonces dedicábase a dar botes, con una fragilidad despreocupada, en arena y arroyuelo, hasta encontrar sus rodillas escurriendo tenues destellos, reconociendo la aspereza del mundo en siluetas para que una encarnada flor de su pecho brotara, una llama sofocada por el trémulo susurro dEl Intruso.
Y en medio de la partida, la Diosa usaría ampolladas palabras como amuletos en su nuca, abiertas cicatrices y deshilachada dermis, adornada con el lacito de un discurso hueco y a la vez coloreado. Y en verdad una multitud de alargadas y táctiles antenas se habrían de levantar endebles, como horrorizados roedores, palpando la enroscada redundancia que flotaba encumbrada. Una imagen sola, aquella de sus dedos humanoides aferrando las riendas y montando los intermitentes cuerpos centella a una portentosa velocidad, prendiéndole candela, como un trasgo fugitivo, a la gibosa y estrellada bóveda con su Techné.
Pero la Diosa agonizante, labrada en agonía, apenas guiñó sus ojos ante el espectro, retazo burlón de la Estrella Viajera, como esperando una revelación en saturados rayos gamma, un letárgico retrato de su divinidad. Madre una vez me contó que ella solía cabalgar, vistiendo sibilante desdeño en el rostro, sobre los hombros de la Aurora Boreal describiendo espirales en el firmamento con su cólera, fingiendo ser porcelánea, real.
Y así hubo de ser, en que la realidad se había apoderado de la cadenciosa ensoñación escupiendo una muñeca plastificada que, con tóxica sonrisa, exhibía su embeleso putañero en la apestosa Galería Comercial. Y es que no podía tomar lugar, pues era en todas partes el mismo objeto, el fractal del Superfluo Tiempo. ¡Ay! Esa sería la última morada de la Diosa, cuyo destino estaba reservado a la curiosidad de un pequeño granuja, ansioso por para lacerar su antiguo semblante.
Y todos los prototipos de caballeros con una sola pierna y bailarinas falsamente sufridas fueron también desterrados de algunas lonjas de gris circunvolución, mientras nuevos títeres virulentos poblaban la infantil mente del hombre, hecho de fango, piedra y maíz amarillento.
En la visión, de hecho es posible asir un último cuadro del ocioso lagunajo que aglutina coordinadas y perspectivas: la Diosa debe ser devuelta al pozo, a la ola que pisotea, a la flácida lluvia. Mejor que tener esta parodia de civilización, dijo Madre, con un gruñido.
Crowned by spying specks of lumen, the Goddess arose her hips in betray of the corroded melody, satisfied in the tearing of the flesh. She wouldn't have known it, oh no, nevermore, the inebriated impulse of spilling oceans with a twitch of her nose. Her power, though subjected to the delirium of the Moira, could warp the utmost crease of muscular conjecture. Then she would just roll, with a nonchalant frailness, in sand and stream, and find her knees dripping glimmers, reckoning the roughness of the shaped world so a carnation could spring in her chest, a smothered flame, blown by the tremulous whisper of The Guest.
And in the midst of the departure, she would use blistered words as charms in her neck, opening scars and frayed dermis, laced with a hollow yet tinged speech. And indeed, manifold tactile and elongated feelers would lift flimsy like aghast rodents, palpating the coiling redundancy floating aloft. A sole image, that of her human-like fingers gripping the reins and riding the flashing bodies at a marvellous speed, setting ablaze, like a fugitive goblin, the starred and gibbous vault with her Techné.
But the dying Goddess, embroidered in agony, almost blinked her eyes before the phantasm, mocking remnant of The Travelling Star, like waiting for a revelation in saturated gamma rays, a sluggish portray of her divinity. Mother once told me she mounted with a hissing sneer the shoulders of the Northern Lights describing spirals in the firmament with her wrath, feigning to be porcelain-real.
And so it was, that reality had taken over the mellow vagary, spitting a plasticized doll which, with a toxic smile, exhibited her whorish enthrallment in the reeking Mall. It had no place as it was everywhere the same object, the fractal of Superfluous Time. Alas! That would be the last abode of the Goddess, whose fate was reserved to the curiosity of a rascal, ready to mangle her ancient countenance.
And all prototypes of one-legged knights and falsely smitten ballerinas were banished as well from certain slices of gray circumvolution, whilst virulent new puppets populated the infantile mind of the man, made of mud and stone and sallow corn.
In the vision, it is in fact possible to seize a last frame of the idle puddle that binds coordinates and perspectives: the Goddess must be returned to the well, to the trampling wave, to the limp rain. Rather than having this mockery of civilization, Mother said, with a growl.
Con los pulmones cubiertos de hollín el psiconauta retumbó a través del vientre de la bestia, envuelto en sus alas fracturadas, deslizándose y cayendo en cascadas, un descenso entre las esporas atenuadas de sinuosa y centelleante estructura. En su visión quimérica, El Resplandor apenas rozó su rostro haciéndole olvidar toda agonía y deterioro del cuerpo. Todas las mentiras yacían con la Dama Pálida, sobre la quebradiza hierba.
El crepúsculo filtró perezosas manchas a través de los paneles polvorientos, trayendo consigo aleteos huecos y mesetas susurrantes en canto de cadencias sin alma, a medida que sus ojos, vaciados en el paisaje onírico, estallaban en lechosos borbotones mancillando la íntima piel de ébano, toda ella. Despertando, adentrándose, más allá de la bomba sanguínea, bombeando, subiendo a la cabeza, tímpanos sollozando mientras las escamas de la mujer se arrastraban y alternaban espejos y lentes y refracciones –un poliedro de mil ojos atrapado en la grieta ávida de sus labios inflamados, malice and rouge, ataviada en óleos escarlata y lienzos sedosos, de gusano - el psiconauta como una piedra preciosa incrustado en sus febriles pupilas. Carnosas membranas replicando ecos, en ciertos momentos una llovizna le recordaba los miembros ligados, la corona de cuernos, la quimera ascendiendo del fangoso residuo, justo en el enrevesado circuito de la mente.
Un roer constante atrajo su atención hacia las sombrías colinas de la mujer: una rubia rata con dientecillos perlados, - entrañable chucho- había mordisqueado el sudario que la cubría, exponiendo las dóciles entrañas de la Dama Antinatura , forzando a la vellosa Aurora sobre los rostros en conjura, con todo y heroína, navegando a través de translúcidos fulgores, pensamientos en hojuelas y confeti brillante. Con un dolor delicioso, la fusión en perfecta sincronía desencadenose –hasta el último vestigio lunático- formas enroscadas, rasgos devorados, cajas de dientes riendo neciamente, imágenes anunciándose mutuamente con un clic, con un puf.
La mañana que siguió lo hubo de acariciar con vetas de nauseabundos fuegos fatuos, ojos vidriosos desmoronándose en la nerviosa resaca de San Pedro. Enajenado por la calcinante risa de la Dama en Cenizas, la carnívora flor –de mil ojos, enceguecedoras alhajas- conjuró su frágil melena, revolviendo el espectáculo de su orgasmo – negro carbón y mordisco rubicundo salpicando purpúreos puntitos en el majadero ojo del abismo.
Años (¿o momentos?) más tarde una remembranza de su juventud subió a rastras por sus varicosas piernas, posándose como un manto sobre su boca demacrada, empapada y meliflua con la memoria de sus dúctiles rizos - la entrada secreta hacia una carnalidad violentamente arrobada. No obstante, el espíritu todavía vivía dentro de los nebulosos ojos, los dientes perlados, la cerosa muñeca que él aferraba con crispadas manos. Con una mueca transfigurada la figura se disolvió en sus manos, arrastrándolo al interior del más prodigioso sueño a ojos abiertos, esfumándose en inauditas siluetas que humeaban de su calva testa.
A medida que los vértices inter-densidad se aleaban, una extenuante nueva visión avivó en llamas a los espantos ya olvidados y canosos, a las desgreñadas siluetas siempre onerosas; cuerdas convulsionadas se alzaron de entre el crujiente escenario, el personaje de sí mismo traducido en garabatos y mitos de serpientes subterráneas y mujeres demonio. El hombre volvió en sí, la conciencia en astillas, la visión de rayos x desplomándose, casi rebanando los contornos de lo ordinario, revelando un deus ex machina ataviado con bandas de möbius. Podía casi que degustar los opiáceos divagando en moléculas a través de fastidiados poros y lenguas áridas: lunas arremolinándose mientras sus alargados rasgos titilaban en sintonía con los ojos femeniles, desintegrado por el caprichoso grito de las flameantes cabezas, cuasidivinas.
-Qué pasa, ¿ha perdido la cabeza? -una voz áspera disparó un reconocimiento de tiempo y espacio: visiones de una fisgona serpiente en una deslustrada gabardina, pipas encendidas y cuerpos blandos rodeados por carcajadas y oscilantes senos –una reacción en cadena al nivel celular detonó los fusiles hemisféricos en tanto el cordón espinal se desgajaba del cerebro, dispersándose en nuevas configuraciones de ángulos congruentes; briboncillos en fuga y hadas muertas arrojadas sobre el campo de batalla. Desprovisto de todo propósito, el cadáver del psiconauta se desplomó como un atuendo desgastado, gotas instantáneas de sangre rodando en lentos movimientos, expelidos sobre sus aturdidas memorias físicas, hormigueantes lagrimales e intestinos rugiendo la última letanía de la corporeidad. Un ridículo sombrerito de papel aluminio cayó al piso sucio; la mujer-fiera desapareció de la escena, limpiándose su horrible boca infestada con un enjambre de pena, éxtasis alado.
El condescendiente –aunque un poco lambón- doctor vino después del té. Diagnóstico: demasiado opio en sus carbonizados pulmones, sin duda alguna, dijo examinando una esponjosa y fragante pieza de arcilla que justo empezaba a formar una costra sobre los viscosos labios del psiconauta muerto.
Ella arrugó la nariz. ¡Qué hijo de puta tan encantador! Lo había encontrado vagando, despojado de todo convencionalismo de la carne, hilos ambarinos describiendo elipsis de lujuria desdeñada. Todo un maniático, con una manera alienígena de metamorfosear sus contornos faciales, apestando a emanaciones acres y amarillentas, su boca agrandándose como si estuviera a punto de escupir alguna repugnante verdad sobre el andén fifí rebosante de hedonista sedición. Grasa rezumando como de entre los dedos, uñas derritiéndose y el cadáver de un ave crujiendo bajo sus mandíbulas desdentadas, una rebanada de abdomen asomándose traviesa, escapando el envuelto que hacía el chaleco de vinilo rojo y la tanga de elefante.
- Tiene que haber algo mejor que esto – masculló con un eructo mojado, con bouquet a ajo.
Mojada en el placer, la mujer tomó frenéticas fotos, perdiendo el control en su morbosidad. Con la mano empolvada, el hombre inhaló con increíble garbo el polvo a canela leve, jadeando con desesperación primordial por los aromas de estímulos olvidados apoderándose de sus células, bombeando "da shit" que hace de la existencia un festivo y hormonal infierno.
Pungente y moteada, la bestia se levantó de entre el grasoso atuendo con mullidos pasos y ronroneo entrometido, chasqueando el aire, plumas y pico sangriento cayendo fuera de foco, sobre el piso, por debajo de escena. –
-Metamorfosis terminada - zumbó el transmisor rojo dentro de ella. Una cicatriz en su cráneo parecía recordar el autógrafo de un bullicioso diablillo que anuncia el descenso al magma y mordisquea huesos con sabor a sulfuro. En verdad había sido completado y la nave abandonó Tierra dejando tras de sí una fétida estela, su rostro contorsionado por la evasión de la memoria de ser humana.
Pero de alguna manera, ese último fotograma de de sí misma arrugando la nariz, el movimiento del cartílago suspendido en el aire como una partícula asesina, ahora cruzada por la inconcebible noción de alegorías despedazadas y declaraciones de amor sin tiempo. Mareas solares lamiendo, arremetiendo briosas, cinturones de meteoritos girando como ojos borrachos, cuerpos celestiales refregándose, poseídos por la codicia de viajes astrales más allá de la represión de la moral.
Cuando la bestia regresó, sólo sus miembros eran otra vez aquellos de un humano y en sus ojos perseveraba una inocencia pútrida, la mismísima que coloreaba su delirante voz mientras declaraba haber visto la canica azul al borde del universo líquido. La audiencia explotó en carcajadas y los reflectores parpadearon con renovado ímpetu. Huevos y tomates volaron a través como estrellas fugaces. El más gruñón de los espectadores se limitó a proferir su desprecio por la bestia. Fuera del circo, un oxidado cartel crujía con el viento helado. La última atracción, un hooligan americano genéticamente modificado, ya dopado y enjaulado para una centelleante presentación en la Feria de Alfa Centauri sería despachado para su procesamiento como perro caliente después del show principal.
She twitched her nose. What a lovely fucker! She'd found him roaming, stripped of all conventionalism of the flesh, amber threads describing ellipsis of disdained lust. A complete maniac, with an alien way of morphing his facial features, reeking of acrid sallow fumes, his mouth widening as though about to spurt some repugnant truth on the fashionable sidewalk brimming with hedonist sedition.
Fat oozing as from within the fingers, nails melting and the carcass of the bird crunching under his toothless jaws, a sliver of abdomen peering naughtily, escaping the enclosure of the red vinil vest and the elephant thong.
Gatta be som'thin' beiter dan dis - mumbled with a moist, garlic belch
Soaking in pleasure, she took frantic photos, running amok in her ghoulishness. He dusted his hand and snorted graciously the cinnamony powder, craving with primal desperation the scent of forgotten stimuli rushing up his cells pumping "da shit" that makes existence a lively hormone hell.
Pungent and flecked the beast emerged from the greasy attire with muffled steps and a prying purr, snapping the air, feathers and bloody peak falling out of focus, to the floor, below the scene. –
-Metamorphosis completed- buzzed the red transmitter within her. A scar on her skull resembled the signature of a playful goblin that announces the descent to the magma and munches on sulphured bones. Indeed, it had been completed and the craft abandoned Earth with a whiffy trail, her contorted face as haunted by the memory of being human.
But somehow, that last frame of her twitching nose, the movement of the cartilage hovering as a killing particle, now crossed by the inconceivable notion of broken allegories and timeless love statements. Solar tides licking, dashing, meteorite belts spinning like drunk eyes, rubbing celestial bodies possessed by the greed of astral voyages beyond the containment of morality.
When the beast returned, only its limbs were again those of a human and in the eyes persevered a rotten innocence, the very same that tinted his raving voice, as he declared seeing the blue marble floating at the brink of the liquid universe. The audience exploded in laughter and reflectors blinked with renewed eagerness. Eggs and tomatoes flew across as shooting stars. The grumpiest of the spectators just scoffed her despise against the beast. Outside the circus, a rusty placard creaked with the frozen wind. The last attraction, a genetically modified American hooligan, now doped and caged for a glistening presentation at the Alfa Centauri Fair would be shipped for processing as a hot dog meat after the main show.