Hilillos pálidos descubren
tu abrazo, que lejano,
vacía de tiempo y acerca el instante
a espacios insensibles:
mi mano se abisma en tu ausencia,
profunda, inevitable
nada que escribir
Noche, laguna oscura
que cerca lo que conozco por cielo;
más infinito que tus ojos
es su reflejo,
que de místicas latitudes solares,
ha penetrado la honda selva de mi alma.
Sentidos quietos
que tras el dolor permanecen,
cada lágrima tuya
abrasando mi carne, solitaria de ti.
El reflejo desaparece,
quiebra:
queda, en el centro,
el fuego, la calma,
tu mano entre mis piernas
y la tarde en tu mirada.
Ilumina, ilumina
con gozo interminable
me lastima,
me hace
femenina, íntima,
dentro de mí...
Se quiebra,
al vértigo lo furtivo
Se quiebra
un horizonte vacío
y tu figura camina,
toma forma en mi carne,
lo que tu dulce amor
ha vencido
Evohé! Evohé!
Aturdimiento divino
solo queda
la memoria de tu latido
Luces,
fuegos fatuos,
son tu voz, que se extingue;
mudo, mudo temor,
tus ojos claros
me encuentran en el abismo.
Te observo a través
del cristal, de la montaña,
me embriago con tus manos
y tu beso largo
¿Habré soñado?
Pálidos hilillos
se tiñen de púrpura;
tu cicatriz en mi cuerpo
me dice
que no he dormido.
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