mancha de té

|


Lo que el amor ha traído: voces desconocidas y un vacío de palabras.


Años atrás las imágenes eran variadas en la posesión de un pensamiento vital.

El amor controla, succiona, como una plaga sigilosa a pesar del silencio.

La quietud de los objetos más allá de la voluntad del cuerpo.

Más allá de esta quietud del cuerpo, la voluntad de los objetos.

De una u otra manera cierra sus fauces el tiempo.

La noche llega y es tan sólo otro día - bloques que se apiñan sin la esperanza del aire.

Se estancan las lágrimas en este pozo octagonal de sombra.

El amor es un dédalo que se desenvuelve con cada máscara que cae: es su patética realidad desnudarse.

Un estado respiratorio que emula cada estrella fugaz, agotada de deseos.

El infierno arde y sólo eso. Yo observo. Mis ojos cegados reflejan su resplandor ambarino.

La extrañeza, los recuerdos, y finalmente el sentido de la memoria pervertido por una belleza extranjera, puramente ajena.

El espíritu oye y canta en la selva. La selva ya devastada de paisajes quiméricos.


Dentro, muy adentro,
la mano se desliza al compás de la voz sepultada por tanta parodia.

Dentro, muy adentro,
como si la repetición pudiera nutrir esta hendidura negra y visionaria de la muerte.

Amor y entrega: una cabeza que yace y no recuerda.

Donde el abismo se prolonga y los vuelos se tornan descensos.

Lo que el amor arrebata: el silencio lúcido de la soledad.