suempo

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He tenido sueños extraños, casi toda mi vida. Lo peor no es ese hecho, sino el recuerdo. Permanecen fijados como en alguna filmina; una tras otra, las archivo en mi cabeza. Algunas de ellas se debaten entre dos realidades: la onírica y la tridimensional. Ese enfrentamiento se basa en la oscilación del dolor, movimiento que hace de todo placer un arrebato perplejo que desea prolongarse antes del umbral de la conciencia, construcción que siempre amenaza con hacerse más y más alta, más y más cruda en su trazo inhumano. Sueños que son absolutamente placenteros, pero que al despertar se difuminan en la solidez de mi cuerpo acostado. A veces, en la madrugada, abro los ojos y observo la luz que viaja lentamente, suspendida en el estupor del cuerpo adormecido. El tiempo es entonces un concepto sordo que sufre interminables modificaciones: analepsias, prolepsis y tal vez un poco de epilepsias.

A veces me pregunto, cuando estoy despierta: ¿ qué acecha detrás de las formas, que –desde un punto de vista técnico- se agrupan molecularmente para crear una impresión, ergo, una reacción progresiva que se repite infinitamente en el cliché de la cadena? ¿Es este el Saturno de la monotonía? Si lo es, no hay piedra que le haga vomitar lo que ya ha devorado.

Cada sueño deja una huella, sin embargo. Cicatriz o pedazo estéril, lo que realmente importa no es su valor semántico sino su imposibilidad de sanar o de florecer. O al contrario. De todas maneras ya no importa.

Esta breve reflexión ha quemado ya algunas neuronas que pudieron ser entregadas al reino vacuo de la información cibernética. No será mi última ofrenda, sin embargo.

Aquí aguardo en mi barca en este mar muerto de lectores. A propósito: el otro día me tocó permanecer una noche en un hospital inglés…apenas había llevado mi celular y las llaves de mi casa. Ni siquiera tenía calcetines y sí, estaba apestando un poquitito. No sabía que tendría que dormir allí, por lo tanto no acerté a llevar ningún libro. A fuerza de mirar el techo de la habitación, estaba buscando otro hobby, y fue cuando abrí un armario que había al lado de mi cama: el Nuevo Testamento aguardaba por mí. Llegué a las partes más fogosas del Apocalipsis e hice una breve lectura comparativa de los cuatro evangelios. Creo que el librito habrá dejado algo, ahí, flotando a merced del viento. Sin embargo, esa noche, no tuve sueños.

1 pececillos en la red:

Carolina Fonseca said...

Los sueños a veces son tan absurdos que los recordamos por eso; otros son muy reales y nos despiertan con sudor en la frente, agarrandonos de las cobijas o gritando -como en pelicula de terror-...No se si te ha pasado, pero cuando hay sueños buenos, poco recuerdo de ellos...
Te mando un abrazo!